F. Nietzsche, en el aforismo 58 de Humano, demasiado humano, titulado “Lo que se puede prometer”, afirma:
“Podemos prometer acciones, pero no sentimientos, pues estos son involuntarios. Quien promete a alguien amarle siempre u odiarle siempre o serle siempre fiel, promete algo que no está en su mano; lo que se puede prometer es acciones que, en verdad, son originariamente las consecuencias del amor, del odio, de la fidelidad, pero que también pueden provenir de otros motivos, pues a una sola acción conducen caminos y motivos diversos. La promesa de amar siempre a alguien significa, pues: en tanto que te ame, te demostraré las acciones del amor; si dejo de amarte, seguirás, no obstante, recibiendo de mí las mismas acciones, aunque por otros motivos, de modo que en la mente de las demás persista la apariencia de que el amor será inmutable y siempre el mismo. Por tanto, se promete la persistencia de la apariencia del amor, cuando, sin cegarse a sí mismo, se promete a alguien un amor eterno.”
La promesa es la capacidad humana (solo humana, pienso, y no sé si “demasiado humana”) que intenta sobreponerse a la contingencia del mundo, a la imposibilidad de pronosticar las consecuencias de un acto, de nuestros propios actos. Nada nos puede garantizar que mañana seguiremos siendo quienes somos (por más que nos lo gravemos en la piel). Si la apertura del futuro, es decir, su indefinición y el riesgo que hay que asumir por el hecho de vivir, es el precio que hay que pagar, como dice H. Arendt (ver entradas sobre su libro La Condicion Humana), por el hecho de ser libres, la promesa es el acto moral para tratar de afirmar la indeterminación del futuro y reducir la ansiedad que esta condición puede generarnos. Hacer y mantener promesas nos afianza. Confiar es, en buena medida, creer en las promesas que nos hacen los demás. También la seguridad en uno mismo viene de la mano de creernos capaces de cumplir lo que nos proponemos, las promesas que hacemos o que nos hacemos. De hecho, solemos acusar a las circunstancias, a las emociones, a las presiones a las que estamos sometidos, a las tentaciones, y a un sinnúmero muy grande de “causas”, de nuestra incapacidad de cumplir las promesas que nos hemos hecho.
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