El amor como una forma de crédito.

El amor es y puede ser muchas cosas, pero hoy quiero destacar su valor para dar crédito a las personas… que amamos. Querer a alguien, “enamorarse” de alguien (y vamos a suponer que este es el inicio del amor o del querer), es una forma de tomar partido por esa persona, de apostar por ella, de elegir entre el indefinido resto de posibles amores. Enamorarse es, así visto, una forma de reducir la complejidad del mundo; nos permite tomar decisiones, hacer elecciones de una manera que parece más segura, que nos da seguridad. El amor-enamoramiento da un brillo particular a la persona por la que se siente amor, la singulariza y hace que no sea indiferente o vulgar. Por qué esa persona, y no otra, es una cuestión que merecerá ser atendida en otra ocasión.

De este modo, pues, incluso el amor a primera vista, el amor súbito o incluso el amor “ciego” (vamos a creer que existe algo parecido) tiene el efecto inmediato de facilitar una decisión (si es que se quiere tomar ese tipo de decisiones, pues ya hemos dicho que uno no se enamora si no está dispuesto a hacerlo). El amor proporciona un “criterio” para la elección de pareja afectiva-vital. Tengamos en cuenta que el “amor” es condición indispensable –o casi- para decidir con quién queremos compartir (por un tiempo o para siempre) la vida, tener hijos; todo eso que se suele hacer, a veces, con la pareja.

Como digo, el amor es para muchas personas condición necesaria (y a veces también condición suficiente) para formar (o formalizar) una pareja. Esto es, el amor es el principal criterio para tomar una decisión que suele marcar profundamente nuestra vida y la calidad de nuestro día a día. Es en este sentido en el que me refiero al amor como crédito otorgado ¿concedido? a una persona. Vamos a aceptar, sin entrar en detalle, que esto es así. Ahora bien, inmediatamente surge una inquietante pregunta relacionada con el poder –y responsabilidad- que le reconocemos al amor. ¿Cómo se puede dar crédito –y a veces un crédito absoluto, tipo “visa oro”- a personas que no pasarían una revisión desde una perspectiva ética, o afectiva, o económica, o cultural? ¿Cómo se puede depositar tanta confianza en esas personas si nos jugamos tanto?

Seguramente, en las primeras fases del amor, del enamoramiento y de la atracción hacia una persona, las decisiones que nos mueven y las acciones que llevamos a cabo, están movidas más por la “sim-patia” (el cum-pathos ‘con pasión’), por el complejo emocional, que por el juicio racional o el cálculo (por más que estas dos dimensiones tengan muchos canales de comunicación, pero este también es otro tema).

Podría pensarse que este complejo pre-judicativo que nos empuja (atracción) al enamoramiento (y muchas veces también a los brazos de una persona) tenga que ver, justamente, con ese papel adaptativo que, según dicen, pueden tener las emociones. Estas nos permiten tomar decisiones con una celeridad que el juicio no nos permitiría. Así, por ejemplo, la reacción psico-orgànica que llamamos miedo nos lleva a reaccionar de una determinada manera ante una situación que se nos presenta como peligrosa mucho antes que si tuviéramos que valorar la situación y tomar una decisión [Vease Antonio Damasio ]. Las emociones en los animales (superiores) serían el resultado de un proceso evolutivo que nos facilita (otra forma de tener “criterio”) tomar decisiones o actuar de forma casi inmediata frente a determinadas situaciones. Está claro que en el caso del animal humano, capaz de redefinir incluso las reacciones más primarias ante estímulos directos, la teoría-explicación requiere muchos matices. [En el futuro dedicaré una serie larga de entradas a hablar de las emociones, qué son, qué teorías hay al respecto, qué papel juegan en nuestra vida]

El enamoramiento-amor sí juega ese papel “selectivo”; sin embargo, no parece, que sea el resultado de un proceso evolutivo que nos haga más capaces para “seleccionar-elegir” pareja. Más bien, el enamoramiento-amor es el resultado de un proceso histórico (y de educación individual, es decir, también un proceso biográfico) que nos hace muchas veces enormemente incompetentes para escoger (sin olvidar, volveremos a ello, que un exceso de racionalidad-cálculo y de posibilidad de elección, nos puede hacer idiotas, es decir, incapaces o ineptos, para tomar decisiones

Así pues, a la hora de inclinar hacia una persona nuestro corazón y abrírselo, como se suele decir, el amor (enamoramiento) tiene un papel relevante, pues nos ayuda a cerrar el ámbito de posibilidades y facilita la elección. Pero más que una sabiduría instintiva (aquello de “ve donde el corazón te lleve”) es el resultado de un largo proceso cultural y educativo, cargado de un valor y un sentido pre-dados (a la manera de los pre-juicios, que no necesariamente han de ser negativos) que conviene revisar (a fin de no cometer errores demasiado “vitales”).

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