Retos virales.

La pregunta sobre la que quiero reflexionar es por qué se aceptan los retos (virales), por qué motivan i/o nos resultan atractivos. Por qué se llevan a cabo.

Si buscamos en el diccionario la palabra “reto” la encontraremos definida como el tener, o proponerse, o aceptar un objetivo que es difícil de cumplir o conseguir. No se trata de una acción cotidiana sino que requiere saltarse de algún modo el guion. En este sentido, el reto constituye un estímulo o un desafío para quien lo afronta. Resalto las ideas de estímulo y desafío.

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El hecho de que los retos nos resulten estimulantes nos dice mucho de su lugar en nuestra manera de ser. En el vivir cotidiano, en la monotonía del día a día, la mayoría de las acciones que llevamos a cabo se producen como de forma automática. No tenemos que pensar en ellas, se suceden casi inadvertidamente y sin aparente esfuerzo. Son eso que hacemos cada día, que hemos repetido cientos o miles de veces. El hecho de que el vivir diario se gestione de este modo nos facilita mucho la vida y nos hace, digámoslo así, más eficaces. Si nos paramos a pensar, si algo nos hace reflexionar sobre este hacer cotidiano, puede resultarnos aburrido y lo podemos valorar como anodino. Uf, cada día lo mismo! Parece como si la falta de experiencias nuevas nos hiciese perder interés por la vida. Echamos de menos el “ah!” de sorpresa y emoción que va asociado a una primera vez (“la primera vez que…”). De ahí que muchas personas, cuando toman consciencia de su “normalidad”, pues en definitiva estamos hablando de eso, se sienten empujadas a buscar nuevas experiencias y nuevas sensaciones. Nos estimula lo diferente, lo que puede aportar ese plus de emoción a nuestra monotonía. Los retos pueden tener características y dimensiones muy diversas: gravar o participar en un pequeño vídeo en el que vamos a congelar nuestro movimiento y expresión, subir una cima de 6 mil metros, nadar 50 piscinas, conquistar el amor de una persona o obtener un doctorado en física.

Parece como si la vida humana, sentida como un impulso vital que queremos mantener despierto, necesite de obstáculos para que lo que hacemos tenga valor y sentido. No hay vida que no tenga que superar, constantemente, un sinfín de dificultades: los imprevistos de todo tipo y calibre que nos hacen frente y nos ponen a prueba. Por ejemplo, el zapato que se nos rompe, la llaga en la lengua que nos martiriza, el sofrito que se nos quema o el accidente que nos deja parapléjicos o sin un ser querido. En este sentido, no hay vida humana que pueda estar libre de retos. A estos retos, la pura contingencia de la vida humana, hay que añadirle los sociales, esos que nos proponemos o nos imponemos (o nos imponen) por el hecho de vivir en un determinado colectivo y que son también de diverso cariz y tamaño: ir bien vestidos, ser una buena madre, conseguir un trabajo, realizar unos estudios, cambiar una sociedad, etc.  En estos casos, el efecto de conseguir o simplemente proponerse e intentar superar un reto, puede ser el crecimiento personal, la superación de circunstancias adversas, el reconocimiento público, etc.

Muchos de estos retos, de todo tipo, tienen la dimensión de desafío a la que nos hemos referido antes. Un desafío, a alguien o a uno mismo, implica competir, entrar en lucha o contienda por conseguir algo que requiere poner en juego pericia, agilidad, inteligencia o destreza. Cuando desafías a alguien, a eso nos remite la etimología de la palabra, le estas pidiendo que demuestre que puede tener tu confianza, es decir, que lo afianzas de nuevo porque ha superado el des-afío.

En nuestras sociedades modernas el reto/desafío comporta buscar nuevas experiencias para incorporar la novedad en nuestras vidas, para romper con la monotonía y hacer más atractivo el día a día. A la dimensión que tiene el reto de superación de las contingencias o de las exigencias sociales le añadimos el ingrediente del estímulo personal, de diversión y, también, de proeza. Superar un reto puede ser motivo de admiración por parte de muchos.

Son muchos los retos virales de los que con más o menos éxito y repercusión da constancia la red. Estos son algunos: Ice bucket (tirarse un cubo de agua helada), Fire Challenge (rociarte el cuerpo con alcohol i prenderle fuego), Al agua o al resto (retar a alguien a  escoger entre tirarte al agua en alguna fuente o invitar a un restaurante), Habanero (comerte sin más un gran chile habanero), Condom Challenge (introducirte en un preservativo), Cameltoe Challenge (buscad imágenes para verlo), Evasión de trenes (saltar fuera de la vía del tren poco antes de ser arrollado), Salt Ice (aplicar sal y hielo en el cuerpo –que produce quemaduras-), y un sinfín más de retos que pueden resultar de lo más increíble.En este momento está haciendo furor en la red el Mannenquin Challenge. Ni que decir tiene que muchos de estos retos no interpelan a todo el mundo y pueden parecer tan ridículos como incomprensibles los motivos que llevan a su realización.

Llamar la atención con voluntad de relevancia personal, pero también para promover alguna causa socialmente bien valorada o llamar la atención para protestar por algún hecho que se considera injusto y/o tratar de movilizar o concienciar al auditorio pueden ser motivos por los que se puede intentar superar y promover un “reto viral”.

A lo que venimos diciendo, hemos de añadir que en un reto está en juego –ante la mirada del otro- la imagen de uno mismo (o de quienes llevan a cabo el reto): en sentido literal, porque es mostrada en los espacios públicos de internet y en sentido simbólico porque supone la aceptación, la admiración, el escándalo, el horror o lo que sea que pueda sugerir esa imagen. Tener una respuesta, no importa si es negativa, es un objetivo relevante en la publicitación de un reto. La admiración la puede despertar el mostrar que se es capaz de congelar una postura imposible, un gesto simpático o bello o la insensatez o proeza de prenderle fuego al cuerpo. En el espacio fugaz y banal de la imagen virtual (por más que indeleble) se pueden conseguir unos “bits” de notoriedad.

Para tratar de entender alguna más de las razones del éxito de los retos virales, podemos añadir el efecto ejemplaridad. Toda acción humana pública, en función de quién, dónde y cuándo se lleva a término, puede querer ser imitada y puede ser modelo para acciones posteriores llevadas a cabo por otros seres humanos. Claro está que no toda acción humana merece ser imitada. No obstante, y al margen de esta discusión, muchas de ellas son imitadas y repetidas inmediatamente (efecto viral): por su espectacularidad, por su belleza, por su impacto emocional, porque nos sentimos interpelados o porque nos solidarizamos con el objetivo que nos propone. Sencillamente porque haciéndolo y dejando constancia de ello nos sentimos mejor o pensamos que nos sentiremos mejor.

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