[Resumen-comentario del capítulo “La Globalización” de Franco Farinelli, dentro de Lladó, B. (2015) Franco Farinelli. Del mapa al laberinto. Barcelona: Icaria]
La postmodernidad, periodo histórico en el que nos encontramos, se caracteriza, según Farinelli, por ser un régimen práctico e ideal al mismo tiempo que está constituido por procesos y conjuntos de ideas y fundado sobre la conciencia de la progresiva pérdida de sentido de todas nuestras tradicionales distinciones modernas. Paradójicamente, el mundo moderno, el de los últimos 200 años, el que revolucionó la historia e hizo entrar en crisis la tradición, la autoridad y la religión, también está en crisis. Para entender cómo ha podido suceder esto, y para explicar lo que pasa y, por tanto, entender el mundo en el que ahora estamos viviendo, hemos de recurrir al saber geográfico, porque sólo él posee la clave de lo que pasa. Lo que está pasando, a juicio de Farinelli, es la crisis del régimen topográfico de figuración y construcción del espacio lleno de cosas terrestres… el que, como apuntaremos, dio lugar a la modernidad. La concepción geográfica del planeta (y las condiciones que imponía al pensamiento) está en crisis. Por ejemplo, lo próximo ya no es lo más parecido, y lo exótico lo que está lejano. Estos esquemas de pensamiento, y las confusiones que comporta, nos hacen difíciles de explicar atentados como los que recientemente tuvieron lugar en París. Tratemos de entender las causas de nuestra incomprensión.
Solíamos pensar que los estados nacionales eran una reunión de individuos que compartían una cultura, con más o menos una base étnica homogénea. Es cierto que si pensamos ahora en la antigua Unión Soviética, cuesta creer que creyéramos esta creencia, pero lo pensábamos de otras muchas naciones y aún hay quien se empeñaría en pensarlo de muchas de las actuales. Pero nunca ha habido una “base natural” que permita pensar las naciones como formadas por un solo pueblo y una sola cultura. La fronteras, por más que muchas veces se nos quiera hacer pensar que son “naturales”, en realidad responden a la necesidad de los Estados de “concretar” (es decir, de poner límites) quien puede y contra quién puede declararse la guerra (en el marco de las guerras de religión de los s. XVI y XVII). Y así es como nacen los estados territoriales centralizados que son el origen de la moderna transformación de la identidad cultural (basada en las creencias personales) de un colectivo espacial agregado (Lladó, 2015: 154).
La representación topográfica es la imagen a través de la cual el Estado moderno, construyéndola y haciéndola servir sobre el campo de batalla, ha reconocido sus propios límites y establecido su identidad. Una vez acabada la guerra, procede a su reconstrucción: crea una imagen basada en las propiedades del espacio euclideano (esta es una tesis central de Farinelli) que son, de hecho, las opuestas a las características de la cultura: la continuidad, la homogeneidad y el isotropismo (el hecho de que cualquier parte mira en la misma dirección). Esta “espacialización” de la cultura ha tenido lugar con no pocas violencias. No es fácil reducir a número lo cualitativo.
En esta lógica subyace la idea de entender la diversidad cultural en función de la distancia. Cuanto más lejana sea una cosa, más diversa será; una lógica que todavía anima la publicidad de las agencias de viajes (exóticos). Pero ya llevamos algún tiempo, decenios, piensa Farinelli, que esto no funciona así. Y este “falso pensamiento” es el que animó a Saddam Husein a emprender una guerra en la que equivocó el cálculo al pensar que había un “vinculo” entre la cuestión árabe-israelí y la anexión de Kuwait, pues si eran dos hechos vecinos debían de estar relacionados. Pero bien pronto se vio que no era así.
Farinelli explica que la victoria de la coalición occidental fue la victoria de la lógica de la transformación del espacio, es decir, la transformación del modo de producción del espacio que ha empezado a trastornar cualquier lógica topográfica de funcionamiento del mundo y que consiste en la aplicación de la informática y la telemática a la producción y circulación de las mercancías más raras y más preciosas: la moneda y la información (que finalmente son la misma cosa). También fue la informatización, digámoslo así, la que volvió obsoleto el muro de Berlín.
“En otras palabras: la distancia entre dos puntos no depende tanto de la carretera que los une, sino de la naturaleza de las redes a las cuales aquellos están conectados. Eso significa que la distancia más corta no es tanto una línea recta sino una línea dividida, a menudo muy complicada, compuesta de segmentos invisibles cuya forma es difícil conocer, y que nadie está capacitado para producir una imagen cartográfica completa. O dicho de otro modo: el funcionamiento del mundo depende hoy en día de un conjunto de redes de comunicación, algunas materiales, otras inmateriales. De esta forma la red de redes resultante produce un espacio cuyas propiedades son del todo opuestas a las teorizadas por McLuhan: un espacio no homogéneo sino heterogéneo; no continuo sino discontinuo; no isótropo sino anisótropo, es decir, abierto a múltiples direcciones. Hoy en día se puede vivir al lado y al mismo tiempo no tener nada en común porque se está conectado a redes diversas…” (160)
Mucho son los efectos de está transformación en las conciencias de las gentes, como sucedió con los efectos del capitalismo que nos abocaron a proyectarnos en el futuro, a la abstracción, al individualismo, a la desregulación o al secularismo. En este momento, los que vivimos en una misma ciudad, no necesariamente tenemos una manera común de producir imágenes del mundo, ni compartimos los modelos y los procesos de identificación. Pero en la lógica topográfica que todavía acompaña buena parte de nuestros pensamientos y razonamientos, nos produce extrañeza (una especie de “choc” emocional y cultural) que algunos conciudadanos, por ejemplo…franceses, puedan atentar contra nosotros, también franceses franceses [léase con los gentilicios que convenga].
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